He aquí la actitud que un partido de las características de la Democracia cristiana debería tener en el actual momento de la vida nacional. Dentro de algunos meses más todos de alguna manera u otra viviremos un nuevo escenario electoral que en este caso determinará un nuevo presidente para el país como a su vez diputados y senadores. En este escenario ¿qué le puede decir nuestra colectividad a los millones de personas que concurrirán a votar, que mensaje, que ideas, que emociones podremos transmitir que permitan contar con el apoyo de la ciudadanía?
Somos un barco que nació a la vida nacional ligero de equipajes, con velas abiertas y progresistas, con un rumbo claro y decidido, con una tripulación fuerte, joven y pujante. Pero al mirarnos hoy día nos vemos como una vieja estructura que no navega con un rumbo muy claro, donde sus tablas y velaje están carcomidos y los viajeros que la habitan se han ido volviendo viejos de cuerpo y principalmente de alma.
Se nos ha pasado el tiempo y con él los cambios de una sociedad que avanza producto de los avances tecnológicos y científicos, que se ha vuelto más pluralista y diversa, que se ha fragmentado e individualizado en la lógica de la economía de mercado, que se mira a sí misma como nunca se había visto y que busca urgentemente respuestas que ya no existen porque nadie las tiene.
Es cierto que somos hijos de la historia, de la de Frei Montalba, la de Tomic y la de Leigthon como tantos otros; es cierto que llevamos con orgullo lo que fue la reforma agraria y la promoción popular, es cierto que fuimos parte importante de la recuperación de la democracia tras la larga y oscura noche de la dictadura, es cierto que le hemos dado dos presidentes significativos e importantes para el país en los últimos veinte años; pero el tiempo pasa tan rápido, las cosas ocurren con una velocidad asombrosa que no podemos quedarnos sólo en la mirada atrás, sino que mas allá de que no tengamos claridad sobre el futuro debemos tantear el terreno, caminar en la incertidumbre e inventar respuestas para los tiempos de hoy con la mirada ideológica y la filosofía de siempre: la del humanismo cristiano.
Los chilenos quieren sentirse vivos, convocados, participantes, pero para eso necesitan voces que se respeten y sean respetadas, que pongan pasión en las palabras, las ideas y las acciones, que enarbolen banderas sencillas pero claras, que tengan detrás de si la honestidad, la rectitud y la humildad. Voces y miradas que sean capaces de reconocer en todos lo que habitan este país y en especial en los más pobres, al hermano que sufre y que lucha por salir adelante.
Sabemos que muchos de ellos nos miran hoy con desconfianza, merecida la tenemos. Que otros no creen en nuestro mensaje, porque a fin de cuentas es un mensaje que no convoca y que no reconoce en las grandes mayorías su inspiración, pero también sabemos que son estos mismos chilenos y chilenas los que buscan con deseo el tener una patria que les de oportunidades, que respete e involucre, que permita que los sueños, los miles de sueños afloren y se desarrollen. Una patria que construya un nuevo relato bajo las sencillas premisas de las oportunidades, la tolerancia y la inclusión.
¿Podremos aspirar a que la inspiración cristiana que nos sostiene nos permita llevar adelante una mayor y profunda justicia social, un cuestionamiento profundo a un modelo económico que se sostiene en el individualismo y en el egoísmo; a colocar en el centro del debate lo injusto de la distribución de la riqueza que es un pecado social que arrastramos por tantos años como país? ¿Podremos llevar un mensaje que vuelva a llenar de nuevo aire los pulmones de esta sociedad mostrando lo que se ha logrado en estos años pero colocando los nuevos desafíos como tareas nacionales? ¿Seremos capaces en el reconocimiento de nuestros errores y faltas, de volver a construir una relación de fidelidad y de confianza con las mujeres, los jóvenes, los viejos y los trabajadores de este país?
Unas palabras finales para lo que sucede en la casa de la falange, una casa donde algunos se han vuelto burócratas de tomo y lomo dejando tras de sí el oxígeno de ideas nuevas y refrescantes, otros hemos partido en el silencio y en los desaciertos, los propios y los de otros para mirar desde la lejanía lo que ocurre y sucede después de vivir nuestra juventud bajo el anhelo de la flecha roja, en otras piezas la gente envejeció viendo a los caudillos vender su alma al diablo mientras la convivencia, esa de la fraternidad desaparecía bajo el manto de la avaricia y el pragmatismo descarnado. ¿Seremos capaces de reconvocarnos, habrá quien grite a los cuatro vientos la necesidad de reunir a la familia disgregada, de reunir a los navegantes de este barco para mirar nuevamente las velas de la esperanza y el deseo de construir lo que alguna vez Aylwin planteo como nuestro gran sueño: la patria justa y buena para todos los chilenos?
Esperemos que este sea el momento y la oportunidad. Esperemos que así sea.
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