Quince mil millones de años, si los científicos están en lo correcto es la edad aproximada del universo. Nuestro planeta bordea los cuatro mil quinientos a cinco mil millones de años de edad, el homo sapiens posiblemente más de un millón quinientos mil años. Las primeras civilizaciones nos marcan con sus historias desde hace cinco mil años. Cristo pasó por la tierra hace sólo dos mil años y algo más.
Poco tiempo, poco tiempo para pensar que estamos llegando al final del camino de lo que somos como humanidad, quizás deberíamos pensar lo contrario: sólo recién estamos alcanzando ciertos niveles básicos de madurez en nuestra convivencia social como la raza animal de mayor desarrollo en nuestro planeta, pero que ese desarrollo no se ha detenido, pues sigue en ascenso como es la historia de nosotros, con avances y retrocesos, aprendiendo de los errores y de los aciertos, los individuales y los colectivos. Si esto es así, tal vez lo que nos pasa es que no somos capaces de darnos cuenta de este viaje que hemos desarrollado y de lo que nos pasa en la actualidad. Es cierto, nunca antes la humanidad había alcanzado tanto grado de conocimiento y de adelantos científicos y tecnológicos, nunca habíamos llegado a tal grado de conocimiento sobre nosotros y el universo que nos rodea, pero seguramente será lo mismo que diremos en cien o doscientos años más. Nuestra espiral de crecimiento y de acumulación de conocimiento, datos, información seguirá por un camino ascendente, siempre y cuando no pongamos en riesgo nuestra propia existencia.
Y en todo esto esta la mano de Dios, creo que si. No hemos caminado por un sendero sin rumbo, al contrario a veces con mayor lucidez otras sumidos en la oscuridad, hemos logrado avanzar superando guerras y muertes, matanzas y enfermedades, herejías y pecados. Pareciese que este camino en el cual abandonados a nuestra libertad nos desenvolvemos, es un regalo de aprendizaje, de aprender a vivir relacionados con nosotros mismos, con la Tierra nuestro hogar y con el cosmos que nos rodea en esta eternidad que se mueve entre lo finito y lo infinito.
Vivimos entre lo permanente y en lo que cambia, esa es nuestra paradoja, pasamos por momentos de mayor certeza y otros marcados por la incertidumbre de no saber que nos espera algunos pasos mas haya. No se trata de entender la historia como una trama cíclica que vuelve y vuelve una y otra vez, no. Se trata de visualizar que nos hemos movido en un contexto donde aprendemos aprendiendo de lo que hemos vivido como raza humana, y en ese aprender a aprender nos sostenemos una vez y otra vez para reinventarnos y para seguir nuestro camino.
Dios puede parecernos lejos entonces, más cuando hemos vivido un mundo marcado por el dolor y por la miseria, por la hambruna y por la injusticia, por guerras que han arrasado la faz de nuestras tierras una y otra vez, por enfermedades que como antes y como ahora también han dejado su secuela de muerte por nuestro planeta. ¿Por qué todo esto? Cabe preguntarse una y otra vez y no conformarse con una cómoda y simple respuesta, al contrario debemos pensar que cada uno de estos pasos, los que nos hacen grande como humanos y aquellos que nos empequeñecen miserablemente, han sucedido en un contexto amplio y complejo, donde no siempre logramos ver el rumbo correcto, pero donde seguimos nuestro caminar.
Si miramos la historia, nos encontramos con dos formas básicas en las cuales lo que conocemos se forma y existe: o una gran explosión o revolución, como el big bang o la revolución francesa, o los pequeños cambios casi invisibles como aquellos que han venido sucediendo en nuestro cerebro o en otras dimensiones de una biología planetaria que ha visto surgir cambios y mutaciones con el paso silencioso del tiempo.
¿Que fuerzas mueven todo lo que es hasta ahora? Son fuerzas ciegas y extrañas que arrojan a la naturaleza, nosotros incluidos por el viento de la historia. Claramente podemos decir que no, somos parte de un devenir mayor que nos incluye y donde hasta este momento pareciésemos ser los grandes protagonistas mientras no tengamos claro la presencia de otras manifestaciones biológicas parecidas a nosotros. Es cierto que tenemos dudas, quien no, más aún cuando caminamos por una marcada tendencia a separar la fe y la ciencia, y no entenderlas como parte de una misma dimensión que busca alumbrarnos para entender de mejor forma la realidad que nos rodea.
Detengámonos un momento en nosotros mismos, y en especial en la compleja forma de funcionamiento del cerebro y lo que ha sido su evolución. Los científicos nos han ido mostrando el camino de un proceso lento y pausado que ha tomado millones de años y que seguramente seguirá adelante en su evolución. Piaget planteaba que era en éste espacio, el de la evolución de nuestro cerebro donde se comenzaba a jugar ahora el sentido propio de la evolución de la especie humana, pues y la habíamos alcanzado en general un techo en nuestra evolución corporal, excluyendo las posibilidades que nos abren campos como la biogenética, es poco probable que nuestro cuerpo continué su proceso de avance. Pero en el cerebro las cosas cambian, no tenemos el mismo cerebro de los primeros de nuestra especie y si seguimos en el universo en un millón de años más lo más probable es que ese cerebro sea distinto al actual. Elementos como la plasticidad del cerebro nos llevan a pensar de esta manera, a entender que evolucionamos hacia forma de mayor comprensión de nuestro entorno permitiendo que nuestro computador biológico cuente con mayores herramientas que le permitan formar mejores mapas de la realidad que nos rodea. Es cierto que avanzamos en medio de un mundo donde la ignorancia y la falta de interese general por el conocimiento aumenta, más aún cuando somos abducidos por un sistema económico gomal que coloca el acento en el tener y en el consumo como los nuevos dioses del los tiempos del siglo XXI. Pero aún así aunque tal vez entremos en una época oscura del punto de vista de la luminosidad para entender lo que nos pasa, grupos de científicos, filósofos, teólogos y hombres y mujeres de buena voluntad hacen esfuerzos importantes para dar un sentido a un mundo que a veces parece arrojado por la borda de un barco que zozobra en el medio del espacio infinito.
Poco tiempo, poco tiempo para pensar que estamos llegando al final del camino de lo que somos como humanidad, quizás deberíamos pensar lo contrario: sólo recién estamos alcanzando ciertos niveles básicos de madurez en nuestra convivencia social como la raza animal de mayor desarrollo en nuestro planeta, pero que ese desarrollo no se ha detenido, pues sigue en ascenso como es la historia de nosotros, con avances y retrocesos, aprendiendo de los errores y de los aciertos, los individuales y los colectivos. Si esto es así, tal vez lo que nos pasa es que no somos capaces de darnos cuenta de este viaje que hemos desarrollado y de lo que nos pasa en la actualidad. Es cierto, nunca antes la humanidad había alcanzado tanto grado de conocimiento y de adelantos científicos y tecnológicos, nunca habíamos llegado a tal grado de conocimiento sobre nosotros y el universo que nos rodea, pero seguramente será lo mismo que diremos en cien o doscientos años más. Nuestra espiral de crecimiento y de acumulación de conocimiento, datos, información seguirá por un camino ascendente, siempre y cuando no pongamos en riesgo nuestra propia existencia.
Y en todo esto esta la mano de Dios, creo que si. No hemos caminado por un sendero sin rumbo, al contrario a veces con mayor lucidez otras sumidos en la oscuridad, hemos logrado avanzar superando guerras y muertes, matanzas y enfermedades, herejías y pecados. Pareciese que este camino en el cual abandonados a nuestra libertad nos desenvolvemos, es un regalo de aprendizaje, de aprender a vivir relacionados con nosotros mismos, con la Tierra nuestro hogar y con el cosmos que nos rodea en esta eternidad que se mueve entre lo finito y lo infinito.
Vivimos entre lo permanente y en lo que cambia, esa es nuestra paradoja, pasamos por momentos de mayor certeza y otros marcados por la incertidumbre de no saber que nos espera algunos pasos mas haya. No se trata de entender la historia como una trama cíclica que vuelve y vuelve una y otra vez, no. Se trata de visualizar que nos hemos movido en un contexto donde aprendemos aprendiendo de lo que hemos vivido como raza humana, y en ese aprender a aprender nos sostenemos una vez y otra vez para reinventarnos y para seguir nuestro camino.
Dios puede parecernos lejos entonces, más cuando hemos vivido un mundo marcado por el dolor y por la miseria, por la hambruna y por la injusticia, por guerras que han arrasado la faz de nuestras tierras una y otra vez, por enfermedades que como antes y como ahora también han dejado su secuela de muerte por nuestro planeta. ¿Por qué todo esto? Cabe preguntarse una y otra vez y no conformarse con una cómoda y simple respuesta, al contrario debemos pensar que cada uno de estos pasos, los que nos hacen grande como humanos y aquellos que nos empequeñecen miserablemente, han sucedido en un contexto amplio y complejo, donde no siempre logramos ver el rumbo correcto, pero donde seguimos nuestro caminar.
Si miramos la historia, nos encontramos con dos formas básicas en las cuales lo que conocemos se forma y existe: o una gran explosión o revolución, como el big bang o la revolución francesa, o los pequeños cambios casi invisibles como aquellos que han venido sucediendo en nuestro cerebro o en otras dimensiones de una biología planetaria que ha visto surgir cambios y mutaciones con el paso silencioso del tiempo.
¿Que fuerzas mueven todo lo que es hasta ahora? Son fuerzas ciegas y extrañas que arrojan a la naturaleza, nosotros incluidos por el viento de la historia. Claramente podemos decir que no, somos parte de un devenir mayor que nos incluye y donde hasta este momento pareciésemos ser los grandes protagonistas mientras no tengamos claro la presencia de otras manifestaciones biológicas parecidas a nosotros. Es cierto que tenemos dudas, quien no, más aún cuando caminamos por una marcada tendencia a separar la fe y la ciencia, y no entenderlas como parte de una misma dimensión que busca alumbrarnos para entender de mejor forma la realidad que nos rodea.
Detengámonos un momento en nosotros mismos, y en especial en la compleja forma de funcionamiento del cerebro y lo que ha sido su evolución. Los científicos nos han ido mostrando el camino de un proceso lento y pausado que ha tomado millones de años y que seguramente seguirá adelante en su evolución. Piaget planteaba que era en éste espacio, el de la evolución de nuestro cerebro donde se comenzaba a jugar ahora el sentido propio de la evolución de la especie humana, pues y la habíamos alcanzado en general un techo en nuestra evolución corporal, excluyendo las posibilidades que nos abren campos como la biogenética, es poco probable que nuestro cuerpo continué su proceso de avance. Pero en el cerebro las cosas cambian, no tenemos el mismo cerebro de los primeros de nuestra especie y si seguimos en el universo en un millón de años más lo más probable es que ese cerebro sea distinto al actual. Elementos como la plasticidad del cerebro nos llevan a pensar de esta manera, a entender que evolucionamos hacia forma de mayor comprensión de nuestro entorno permitiendo que nuestro computador biológico cuente con mayores herramientas que le permitan formar mejores mapas de la realidad que nos rodea. Es cierto que avanzamos en medio de un mundo donde la ignorancia y la falta de interese general por el conocimiento aumenta, más aún cuando somos abducidos por un sistema económico gomal que coloca el acento en el tener y en el consumo como los nuevos dioses del los tiempos del siglo XXI. Pero aún así aunque tal vez entremos en una época oscura del punto de vista de la luminosidad para entender lo que nos pasa, grupos de científicos, filósofos, teólogos y hombres y mujeres de buena voluntad hacen esfuerzos importantes para dar un sentido a un mundo que a veces parece arrojado por la borda de un barco que zozobra en el medio del espacio infinito.
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