Hoy día sabemos mucho más de nosotros como especie que hace veinte, cincuenta o cien años atrás.
Hemos aumentado nuestro conocimiento sobre como funcionamos o de qué manera nos constituimos como especie, pero pareciese que estos avances y nuevas informaciones no están siendo puestas a disposición de nuestro propio beneficio y calidad de vida.
Pensemos por ejemplo sobre lo que sabemos acerca de las emociones en la actualidad. Tenemos claro, aunque no estamos todavía en condiciones de definir con mayor precisión, que contamos con dos mentes que interactúan entre sí de forma permanente: una asociada a un campo que hemos denominado “racional” y otra mente asociada a lo “emocional”.
Tenemos claro que las emociones tiene un soporte biológico y fisiológico en nuestra estructura corporal, los estudios sobre la amígdala o el hipotálamo, nos dan mayores luces de cómo nos ocurren y nos suceden, llegando incluso a establecer que al ser afectados por una acción que provoque una reacción, los canales asociados a las emociones actúan con mayor rapidez que los canales que se vinculan con aspectos de la razón en nuestra corporalidad. Es decir el sentimiento es anterior al pensamiento, micromilésimas de segundo anterior, pero sucede antes. ¿Ha pensado en esto, en cuantas situaciones ocurridas en su vida esto ha sucedido sin mayor conciencia y preocupación?
Lo extraño es que aún sabiendo esto y mucho más nuestros sistemas educacionales siguen teniendo un fuerte componente racional, de control y de transmisión del conocimiento. No educamos para que los niños y jóvenes aprendan a vivir, sino que educamos para que ellos tengan un conocimiento que muchas veces no tiene mayor utilidad en sus vidas. ¿Qué pasaría si la escuela fuese un espacio de educación emocional junto con ser un espacio de educación racional, donde se “enseñara” a las nuevas generaciones a moldear y trabajar sobre sus propias emociones y de aquellos que los rodean?
Si uno mismo hubiese tenido una adecuada educación emocional, aquella que el colegio ni los propios padres pudieron entregar, seguramente seriamos un poco más felices, más sanos y con mayores cuotas de equilibrio en nuestro accionar. Pero hoy día levantamos la voz para señalar que nuestra sociedad se vuelve más violenta, más egoísta y más inhumana olvidándonos que somos los adultos y los sistemas que como adultos hemos creado lo que provocan esta insana forma de vivir para los niños y jóvenes que vendrán.
La diferencia está marcada en que hoy sabemos todo esto y mucho más, que hoy contamos con recursos y conocimiento que nos podría llevar a tener una mayor esperanza con lo que podamos construir en un futuro venidero. Quizás las interrogantes están planteadas en si tendremos la valentía de romper con las viejas amarras para dar paso a los nuevos vientos.
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