jueves, 18 de marzo de 2010

BORRADOR UNO
























El triciclo esta en el patio. Siempre estaba ahí.

Me esperaba tranquilo, dócil, presto, sin impacientarse. Yo, si. Llegaba con mi cuerpo de niño atolondrado, ansioso, chupándome el dedo, subiéndome con apuro, montando el juguete de metal (porque en esos años de metal tenía que ser un triciclo y mi padre, mi padre pensaba y creía que su hijo, es decir yo, debía tener el mejor de los triciclos de Santiago, y entonces en San Diego, donde además trabajaba, y donde había varias tiendas de bicicletas y triciclos, él busco el mejor triciclo para su único hijo, uno de metal). Piernas arriba y con una chupalla de verano y una polera de rayas y un pantalón corto y una sonrisa de oreja a oreja comenzaba el viaje por aquel patio que en esa época me parecía un continente, un océano de tierra y pastos y árboles y plantas y animales (y digo animales porque en ese patio no sólo había un perro fiel y cuidador, sino que también recuerdo a un par de patos, uno o dos gatos, los pollos de la feria del día sábado y de vez en cuando algún guaren de fina colección que amenazaba ese continente que me pertenecía desde que yo nací en esa casa de la zona norte de Santiago).

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