lunes, 27 de octubre de 2008

DEMOCRACIA CRISTIANA, UN PAR DE PALABRAS.



Escribir algunas líneas sobre el momento de la democracia cristiana puede ser, para alguien que se ha alejado como yo y que hoy la mira con distancia y lejanía, un ejercicio donde los prejuicios operen con fuerza y lleven a escribir desde la lógica del árbol caído.

Espero no caer en esa tentación.

Dos son a mi juicio los grandes elementos que llevan a la DC al momento que vive hoy; uno se sitúa en el ámbito de las emociones, el otro en el espacio de la razón.

El de las emociones tiene que ver con el espacio de la convivencia, con aquello que alguna vez fue definido como la fraternidad democratacristiana. Ese espacio, tuvo su origen en el propio nacimiento del pensamiento humanista cristiano en Chile y de su operacionalización política con el nacimiento de la Falange y después con la constitución de la propia DC. Quienes dieron origen a ese movimiento fueron hijos del rigor de su propio contexto histórico, se necesitaban y necesitaban relacionarse independiente de sus propias realidades individuales. El ejercicio de caminar por el desierto político forjó en ese grupo humano condiciones especiales que obviamente cambiaron al momento de llegar al poder. La izquierda cristiana y el MAPU son la demostración más clara de esa situación, pues mas haya del momento vivido al calor de una situación de alta ideologización, lo que hizo crisis en esa circunstancia fue el desarrollo de una dinámica que dejo de reconocer al otro como parte de un mismo proyecto, estableciendo entonces la lógica de la desconfianza hasta llegar al extremo de ver en el otro al enemigo, aquel que se debe destruir. La dictadura, es decir el ejercicio de experimentar el dolor y la derrota, fue una nueva posibilidad de resignificar el espacio de convivencia de la DC, fue en la lógica del terror y del miedo que se enfoco ese espacio, en la necesidad de supervivir al momento que vivíamos, de asumir que nuestra única posibilidad de seguir caminando era en la perspectiva de estar juntos, y se hizo, con la complejidades siempre obvias de la naturaleza humana, pero se hizo.

Una vez recuperada la democracia, se tuvo que comenzar a convivir con un nuevo elemento el poder, y no sólo el político, también el económico. Pienso que una parte importante de nosotros no supo hacerlo, algunos por la ambición del tiempo perdido, otros por la inmadurez emocional de vivir ese momento. Raya para la suma, el precario espacio de convivencia obtenido se diluyo en nuestra incapacidad de darnos cuenta que el otro siempre era necesario, independiente de las diferencias. Se nos agoto el dialogo interno, dimos paso a la tentación de aquellos que creen sólo en su propia verdad. La corrupción ayudo en los suyo, la lógica del vencer colaboró en la tarea, el pragmatismo a diestra y siniestra remeció la estabilidad interna…todo estaba dicho, la (con) vivencia interna sería resuelta a través de otros mecanismos, la fuerza y la imposición; la descalificación y el otro como un objeto de consumo político…los dados estaban echados, el resto de la historia es conocida. La gran mayoría de nosotros fue responsable, algunos más y otro menos, pero todos fuimos pecadores tanto de acción como de omisión.

El segundo elemento, el ligado a la razón, tiene un claro enfoque: la ideología humanista cristiana, entendido como un paradigma que nos permitía entender la realidad entró en crisis, una crisis khuniana, una crisis de modelo donde por más que intentáramos encajar en el espacio de subjetivización que vive nuestra sociedad, no había por donde entrar. ¿Significa esto que los elementos sustanciales a dicho patrón de ideas como la solidaridad, la democracia social o la opción por los más pobres ya no servían? Creo que no, pienso que ese no es el centro de lo sucedido. Lo que pasó fue que ese constructor ideológico que sostuvo a la DC hasta los años sesenta y que iluminó su andar el la década de lo setenta y los ochenta no fue capaz de resignificarse con las profundad modificaciones sociales, económicas y culturales que no sólo nuestra sociedad vivía, sino que también el mundo entero experimentaba. No era un tema del soporte inicial el que estaba en cuestión sino que del andamiaje que se construyo en la búsqueda de hacer lecturas pertinentes de la realidad que existía el que no funcionó. Como tal la DC siguió moviéndose en el viejo lastre de ideas pensadas para otro momento sin darse cuenta de los significativos cambios que las personas y los grupos de nuestro país experimentaban. La brújula desapareció y cuando eso ocurre uno sólo se mueve a tientas, buscando encontrar en los recuerdos espacios de sustentabilidad que permitan seguir en pie.

¿Por qué no se puede hablar de pobreza e injusticia social en nuestros días?, ¿o la violencia social que ocurre a diario no es un tema que tiene que ver con el respeto de las personas?, ¿o la fragmentación que vive nuestra sociedad no es caldo de cultivo de un nuevo discurso que resignifique la solidaridad?, ¿o es pecado apuntar al tema de la distribución de la riqueza en el país y lo injusto de la mantención de dicha situación?, ¿o la necesaria opción popular por una educación de calidad y de fuerte componente público no es un signo de cambio social profundo?, ¿o la precariedad del trabajo y su tendencia a la tercerización no son una situación que atenta contra la propia dignidad humana? En fin, serían muchos los temas que vive el país de hoy donde el discurso socialcristiano podría dar luces siempre y cuando ese discurso asumiera el desafío de iluminarse a partir de la propia realida(des) que se viven, en una relación dialógica y dialéctica sincera y constructiva.

No esta en el ánimo de estas palabras dar enseñanzas a nadie, por que no soy quien para hacerlo, sólo esta la mirada de un adulto que mira con distancia aquello que alguna vez fue tan importante para su vida y que hoy ve con tristeza como sigue cayendo en el despeñadero de un pozo sin salida: la Democracia Cristiana.

Un abrazo.

jueves, 16 de octubre de 2008

EDUCACION Y BICENTENARIO

Hablar sobre educación implica hablar sobre muchas cosas: alumnos, profesores, recursos, aprendizajes, evaluaciones, comunidad, estado; entre otras. Tras cada uno de estos conceptos podemos desarrollar una mirada que tiene como línea de base algún sustento teórico, pero del cual también podemos dar cuenta desde un punto de vista práctico y concreto.

Los discursos y quienes hacen estos discursos en educación así lo demuestran. En cada actor que opina sobre educación podemos encontrar distintos sustentos que sostienen su mirada de las cosas. Lo que cuesta encontrar es una mirada que integre y que nos muestre una visión holística del fenómeno educativo. De eso poco hay, por decir lo menos.

Pareciese que como país carecemos de una estrategia que sea capaz de involucrar las distintas visiones que se ponen en juego al momento de querer lograr una educación nacional de calidad que sea efectiva en poner a las nuevas generaciones a la altura de los momentos históricos y sociales que vive la humanidad.

Nuestras apuestas sobre este tema han sido muchas pasando por leyes y nuevas leyes; invirtiendo, según algunos, notables cifras en infraestructura, capacitación docente, apertura de oportunidades en educación superior; o colocando procesos de evaluación a quienes realizamos la labor educativa; aplicando y volviendo a aplicar instrumentos que nos permitan mirar los resultados de nuestros educando; generando comisiones y más comisiones de expertos y otros no tan expertos que posibiliten desarrollar una política pública sobre el tema; pero raya para la suma nuestra percepción es que seguimos tal como antes: detenidos y estancados sin ser capaces de dar el salto cualitativo que nos permita vivir la educación que nos merecemos.

¿Qué nos falta entonces?

Quizás lo primero que nos hace falta es reconocer humildemente que cada uno de los actores involucrados en el proceso educativo no ha estado a la altura de las circunstancias. Al contrario, cuando se actúa con una lógica que impone verdades sobre otras verdades lo que se obtiene no es el convencimiento soberano de las ideas, sino que sólo se logra la victoria parcial, aquella que no convence y menos convoca.

En segundo lugar, ha faltado osadía. Osadía para que de una vez por todas, optemos como país por una educación nacional de calidad que signifique entender que si queremos dar un salto significativo, debemos colocar todas nuestras energías en este proceso, pues éste no es sólo un tema de recursos o de indicadores estandarizados. Al contrario, sólo tendremos una educación digna cuando nuestras ideas y nuestras acciones tengan como eje y como foco a quienes más necesitan de este vital proceso, las familias y los niños y niñas de esas familias que aspiran legítimamente a conseguir a través de los procesos de aprendizaje un mejoramiento sustancial en su calidad de vida y en sus oportunidades de desarrollo.

En una tercera línea de desarrollo, hace falta un Estado fuerte, capaz de generar los consensos necesarios para observar y diseñar una educación que es entendida como la principal inversión que podemos desarrollar en el capital humano que tenemos. Pero también un estado fuerte que con claridad regule y defina la ruta de navegación a seguir. No sirve, en tal sentido, un Estado que mira como precario espectador como la educación queda entregada a manos del mercado, un mercado que no regula y que menos tiene como sentido la solidaridad en sus acciones.

Finalmente hace falta una ciudadanía involucrada en los procesos educativos, que más que confiar en la cultura del consumo y el endeudamiento, confía y permite que los sueños de miles de niños y niñas tengan una oportunidad de desarrollo en un país que tiene todas las condiciones para permitirlo.

¿Seremos capaces a sólo dos años de nuestro bicentenario de dar rienda a este ideal? La respuesta esta en nuestras manos, en nuestras ideas y en la convicción de que podemos lograrlo.

lunes, 13 de octubre de 2008

CAROL GILLIGAN Y LA MORAL DEL CUIDADO

Por estos días he podido conocer la visión de Carol Gilligan, feminista y psicóloga que es ampliamente conocida por su libro In a different voice: psychological theory and women's development.

Gilligan nos abre una puerta para dar cuenta que el desarrollo moral de ambos géneros, hombres y mujeres, es un proceso que se desarrolla mutuamente, pero que en el caso de las mujeres adquiere lo que la autora norteamericana llama la ética del cuidado, que no es sólo una mera referencia a una posible ética feminista sino que va más aún a un estadio más profundo rompiendo los viejos y tradicionales moldes sobre los cuales nuestra sociedad occidental ha construido sus categorías morales y definido el bien y el mal.

Esta mirada instala un nuevo paradigma que intenta dejar atrás la mirada de Jean Piaget y principalmente de Lawrence Kohlberg, permitiéndonos entrar a conocer una nueva perspectiva desde otros ojos, los ojos femeninos que no han escrito las historias oficiales y que no han contado con el poder que los hombres arrastramos hace ya tanto tiempo.

Les sugiero leerla, especialmente los hombres. Creo que nos abre una puerta que no habíamos nunca tenido frente a nuestras vistas, una puerta que nos abre nuevas esquinas en este mundo que necesita tanto removerse de sus arcaicas miradas y estructuras.

La podemos ver en http://www.youtube.com/watch?v=9NHdSVknB5Q
y escuchar en http://www.theconnection.org/shows/2002/05/20020510_b_main.asp