martes, 14 de septiembre de 2010

DOSCIENTOS AÑOS...¿QUÉ CELEBRAMOS?

Aquí estamos, dispuestos a recordar, celebrar, vitorear, asumir que según la historia oficial estamos cumpliendo doscientos años de vida independiente. Y aunque se perciben ciertas fracturas en el discurso oficial histórico, el sentido común estructurado y dominante nos da cuenta que la realidad, esa que se construye día a día desde distintas esferas y voces, nos pasará una vez más la cuenta.

En esta danza de ofertas de créditos de consumo, de ansiedad festiva, de deseos de sacar para afuera la bronca y la rabia para transformarla en celebración a copas alzadas y borracheras de medianoche, de cuecas bailadas entre en el ritmo del reggaetón y la voz de Américo; viviremos por unas horas el olvido de la memoria, la fragilidad del recuerdo histórico, la ceguera de los hechos que no gustan, la amnesia generalizada entre empanadas y chicha, entre asados y supermercados atiborrados de personas.

Quizás la lección que deberíamos aprender de una vez por todas es que esto es lo que somos, una nación marcada por la improvisación y los maestros chasquillas de turno, un país que se hace a pedazos tirones, una historia que se relata a medias y con voces acalladas, una patria donde nos miramos al espejo y sólo vemos rostros a media luz, tenues, sombríos.

Dejemos las cosas claras, celebramos la historia de los dominantes, de los que a punta de violencia y leyes mal escritas miran con desprecio al pueblo y sus mil rostros; celebramos la historia contada sólo por algunos, los que han vencido y se han impuesto, pero aquí no está la otra historia: la de los pobres, la de las minorías, la de la mujeres, la de los niños, la de los pueblos originarios, la mía, la tuya y la nuestra.

Entre la cumbia y los volantines, viviremos estos doscientos años. Luego el martes 21 seguiremos con nuestra vida, a medio caminar saltando, con la resaca del trago en exceso, con la acidez de tanto asado y empanada, para volver de un golpe a la realidad de todos los días, esa que nos come y nos atrapa, esa que no sabe de bicentenarios ni recuerdos, esa que nos volverá a consumir en la larga espera de que algún día la historia sea contada por todos y todas, sin excepciones, sin medias tintas.