COYOTES Y CORRECAMINOS (2.0)
Nunca las segundas partes fueron mejores que las primeras...esta no es la excepción
lunes, 24 de octubre de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
miércoles, 13 de abril de 2011
martes, 5 de octubre de 2010
5 DE OCTUBRE...TE ACUERDAS?
Día raro este, día de recuerdos que ya no lo son, día de una memoria que se ha ido fragmentando pedazo a pedazo y que se me vuelve lento de traer a este eterno presente.
El día comenzó con la Irene y el Eduardo de once meses en sus brazos, colgados y abrazándonos nos despedimos con la incerteza de no saber si volveríamos a encontrarnos. Mañana casi de madrugada, mi padre a votar temprano y luego al clandestino local de acopio de información electoral ubicado en la calle Negrete, donde se ubicaba la Cámara de Comercio de nuestro glorioso Conchalí. Yo a un colegio de Zapadores con Gambino de apoderado general, militares, gente tímida, calles vacías, pocas micros no de las amarillas, se acuerdan Ovalle Negrete y Matadero Palma.
Los nervios acumulados y colgando de la piel, un papel notarial que acreditaba mi rango y que obviamente ante una salida de fuerza de nada me serviría.
Los rostros de Rodrigo, la Carmen y su hermana la Techi, de Rafael y de Mauricio Castillo, de su padre Don Hernán, de la chica Fresia, del flaco Marco, del Polo Quezada y su mujer; y de tantos otros que se me van olvidando por el paso del tiempo y los años vividos.
Y de pronto el milagro, las mujeres con sus cabros moquientos colgando de sus brazos a votar, primero de decenas, luego centenas y luego las filas largas como mi espera. Después el silencio, la espera, los cigarros que se fueron consumiendo uno tras otro, y como vamos compañero, yo creo que bien camarada. Y luego las urnas, como volcanes embramados comenzaron a eructar esos papeles blancos, esas marcas de lápiz mina, y no, y otro no, y otro más y que chucha hacemos ahora mira que vamos ganando, y como estará la cosa en las otras escuelas, y en el país.
Y tal como ahora, cuando estas palabras se van pegando tecla tras tecla, la tarde fue creciendo en oscuridad y las calles se fueron deshabitando como hormigas que corren a su guarida mientras un puñado de hombres y mujeres seguíamos con el alma este proceso que era y es historia. Gano el No. Los militares del colegio con rifles en ristre, viva Chile mierda, el mocoso (y yo con apenas 21 años) que hacia de enlace volaba en su bicicleta trayendo y dejando las papeletas de computo rápido. La tarea se había terminado.
A la sede de Independencia, ese local que más parecía taller mecánico que lugar de encuentro de jóvenes y adultos que queríamos un país mejor. Gano el no huevón, ganamos, por primera vez en la historia, en mi historia, no estaba derrotado, por primera vez los que sobrábamos ganábamos a aquellos que nos mantenían a puro pan, a puro te así nos tiene Pinochet.
A buscar a mi padre, mi viejo, las calles desiertas, vehículos con hombres armados pasando de vez en cuando, viejo vamonos con cuidado, camino a la casa, la puerta abierta, abrazos, esperanzas, sueños, lagrimas, las mismas que recorren mis mejillas cuando término de escribir estas palabras.
(Escrito el año 2006)
El día comenzó con la Irene y el Eduardo de once meses en sus brazos, colgados y abrazándonos nos despedimos con la incerteza de no saber si volveríamos a encontrarnos. Mañana casi de madrugada, mi padre a votar temprano y luego al clandestino local de acopio de información electoral ubicado en la calle Negrete, donde se ubicaba la Cámara de Comercio de nuestro glorioso Conchalí. Yo a un colegio de Zapadores con Gambino de apoderado general, militares, gente tímida, calles vacías, pocas micros no de las amarillas, se acuerdan Ovalle Negrete y Matadero Palma.
Los nervios acumulados y colgando de la piel, un papel notarial que acreditaba mi rango y que obviamente ante una salida de fuerza de nada me serviría.
Los rostros de Rodrigo, la Carmen y su hermana la Techi, de Rafael y de Mauricio Castillo, de su padre Don Hernán, de la chica Fresia, del flaco Marco, del Polo Quezada y su mujer; y de tantos otros que se me van olvidando por el paso del tiempo y los años vividos.
Y de pronto el milagro, las mujeres con sus cabros moquientos colgando de sus brazos a votar, primero de decenas, luego centenas y luego las filas largas como mi espera. Después el silencio, la espera, los cigarros que se fueron consumiendo uno tras otro, y como vamos compañero, yo creo que bien camarada. Y luego las urnas, como volcanes embramados comenzaron a eructar esos papeles blancos, esas marcas de lápiz mina, y no, y otro no, y otro más y que chucha hacemos ahora mira que vamos ganando, y como estará la cosa en las otras escuelas, y en el país.
Y tal como ahora, cuando estas palabras se van pegando tecla tras tecla, la tarde fue creciendo en oscuridad y las calles se fueron deshabitando como hormigas que corren a su guarida mientras un puñado de hombres y mujeres seguíamos con el alma este proceso que era y es historia. Gano el No. Los militares del colegio con rifles en ristre, viva Chile mierda, el mocoso (y yo con apenas 21 años) que hacia de enlace volaba en su bicicleta trayendo y dejando las papeletas de computo rápido. La tarea se había terminado.
A la sede de Independencia, ese local que más parecía taller mecánico que lugar de encuentro de jóvenes y adultos que queríamos un país mejor. Gano el no huevón, ganamos, por primera vez en la historia, en mi historia, no estaba derrotado, por primera vez los que sobrábamos ganábamos a aquellos que nos mantenían a puro pan, a puro te así nos tiene Pinochet.
A buscar a mi padre, mi viejo, las calles desiertas, vehículos con hombres armados pasando de vez en cuando, viejo vamonos con cuidado, camino a la casa, la puerta abierta, abrazos, esperanzas, sueños, lagrimas, las mismas que recorren mis mejillas cuando término de escribir estas palabras.
(Escrito el año 2006)
martes, 14 de septiembre de 2010
DOSCIENTOS AÑOS...¿QUÉ CELEBRAMOS?
Aquí estamos, dispuestos a recordar, celebrar, vitorear, asumir que según la historia oficial estamos cumpliendo doscientos años de vida independiente. Y aunque se perciben ciertas fracturas en el discurso oficial histórico, el sentido común estructurado y dominante nos da cuenta que la realidad, esa que se construye día a día desde distintas esferas y voces, nos pasará una vez más la cuenta.
En esta danza de ofertas de créditos de consumo, de ansiedad festiva, de deseos de sacar para afuera la bronca y la rabia para transformarla en celebración a copas alzadas y borracheras de medianoche, de cuecas bailadas entre en el ritmo del reggaetón y la voz de Américo; viviremos por unas horas el olvido de la memoria, la fragilidad del recuerdo histórico, la ceguera de los hechos que no gustan, la amnesia generalizada entre empanadas y chicha, entre asados y supermercados atiborrados de personas.
Quizás la lección que deberíamos aprender de una vez por todas es que esto es lo que somos, una nación marcada por la improvisación y los maestros chasquillas de turno, un país que se hace a pedazos tirones, una historia que se relata a medias y con voces acalladas, una patria donde nos miramos al espejo y sólo vemos rostros a media luz, tenues, sombríos.
Dejemos las cosas claras, celebramos la historia de los dominantes, de los que a punta de violencia y leyes mal escritas miran con desprecio al pueblo y sus mil rostros; celebramos la historia contada sólo por algunos, los que han vencido y se han impuesto, pero aquí no está la otra historia: la de los pobres, la de las minorías, la de la mujeres, la de los niños, la de los pueblos originarios, la mía, la tuya y la nuestra.
Entre la cumbia y los volantines, viviremos estos doscientos años. Luego el martes 21 seguiremos con nuestra vida, a medio caminar saltando, con la resaca del trago en exceso, con la acidez de tanto asado y empanada, para volver de un golpe a la realidad de todos los días, esa que nos come y nos atrapa, esa que no sabe de bicentenarios ni recuerdos, esa que nos volverá a consumir en la larga espera de que algún día la historia sea contada por todos y todas, sin excepciones, sin medias tintas.
En esta danza de ofertas de créditos de consumo, de ansiedad festiva, de deseos de sacar para afuera la bronca y la rabia para transformarla en celebración a copas alzadas y borracheras de medianoche, de cuecas bailadas entre en el ritmo del reggaetón y la voz de Américo; viviremos por unas horas el olvido de la memoria, la fragilidad del recuerdo histórico, la ceguera de los hechos que no gustan, la amnesia generalizada entre empanadas y chicha, entre asados y supermercados atiborrados de personas.
Quizás la lección que deberíamos aprender de una vez por todas es que esto es lo que somos, una nación marcada por la improvisación y los maestros chasquillas de turno, un país que se hace a pedazos tirones, una historia que se relata a medias y con voces acalladas, una patria donde nos miramos al espejo y sólo vemos rostros a media luz, tenues, sombríos.
Dejemos las cosas claras, celebramos la historia de los dominantes, de los que a punta de violencia y leyes mal escritas miran con desprecio al pueblo y sus mil rostros; celebramos la historia contada sólo por algunos, los que han vencido y se han impuesto, pero aquí no está la otra historia: la de los pobres, la de las minorías, la de la mujeres, la de los niños, la de los pueblos originarios, la mía, la tuya y la nuestra.
Entre la cumbia y los volantines, viviremos estos doscientos años. Luego el martes 21 seguiremos con nuestra vida, a medio caminar saltando, con la resaca del trago en exceso, con la acidez de tanto asado y empanada, para volver de un golpe a la realidad de todos los días, esa que nos come y nos atrapa, esa que no sabe de bicentenarios ni recuerdos, esa que nos volverá a consumir en la larga espera de que algún día la historia sea contada por todos y todas, sin excepciones, sin medias tintas.
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